Recuerdo como si fuera hoy el día que por primera vez visité el Banco del Pueblo en Caracas cumpliendo con un encargo de Romald Blanco, a la sazón gobernador del Tachira. La gran preocupación era que la banca estatal estaba negada a dar créditos a los emprendedores de escasos recursos económicos por no haber garantías suficientes para sus créditos.
El gobernador me había dicho en la vieja casona de gobernadores en San Cristóbal que allí se habían negociado créditos millonarios para los ricos del pueblo, pero que ahora que pretendían dar créditos a la gente humilde que estaba tratando de iniciar algún emprendimiento chocaban con una ley de bancos que impedía hacerlo por aquello de garantizar los depósitos del público.
Ya en Caracas me pude entrevistar con el presidente del Banco del Pueblo que había sido fundado para atender las necesidades de los venezolanos de más bajos recursos. Al plantear la inquietud a la Junta directiva del banco la respuesta fue: hoy vino una señora de La Guaira a solicitar un crédito de cien bolívares para comprar mercado, si no se lo otorgamos es probable que sus hijos mueran de hambre o se tengan que dedicar a mendigar o peor aún a robar para subsistir.
Quince años después vemos con tristeza, más no con sorpresa que el Banco del Pueblo fracasó y que la banca en general ve al microcrédito como un producto caro que debe tener la más alta cuota de pagos por servicios y las ratas de interés más altas.
Hace 20 años la Fundación Mendoza tenía un programa de microcréditos dirigido a emprendedores de bajos recursos que ofrecía antes de dar el capital un curso de gerencia para capacitar a los beneficiarios, hoy muchos de ellos son prósperos empresarios, generadores de empleo y de bienes y servicios para la comunidad. La mayoría de ellos pagaron sus créditos y los intereses que generaron. La garantía eran fianzas personales, pero por encima de ello era la seguridad de que tendrían éxito por que estaban capacitados para producir.
Tuve la suerte de ser parte de estas iniciativas como microempresario, beneficiario de créditos de la Fundación Mendoza, posteriormente como asesor legal en ella y más tarde como director del área legal del Banco de Fomento Regional los Andes, donde desarrollamos una política de créditos a emprendedores que me dio la oportunidad de establecer nexos con el premio Nobel y fundador del Greemen Bank de Bangladesh, Muhammed Yunus, cuyo trabajo se centró precisamente en el apoyo financiero a pequeños emprendimientos en su país, lo cual dio como resultado el avance en el desarrollo de uno de los países más pobres del planeta. Conversando con Yunus le pregunté por las garantías que solicitaban para los créditos y me respondió que se trataba de un asunto muy simple, nadie va a dejar de pagar un crédito si sus vecinos son los fiadores y si saben que al cumplir tendrán acceso a nuevos financiamientos para continuar desarrollando sus emprendimientos, así el crédito está relacionado con el trabajo. Diferente es la filosofía asistencia asistencialista de dar dinero a los pobres para cubrir necesidades relacionadas con la subsistencia, esa es una labor plausible, pero no debe confundirse con el objetivo de un banco.
Es indiscutible que en el desarrollo de los países se hacen necesario el apoyo financiero a los pequeños emprendedores pero debe tomarse en cuanta que para que tengan éxito se debe saber que hay factores que lo impiden, tales como las barreras que imponen los trámites burocráticos, que son cada vez mayores y que se dan a nivel estatal, pero también en el ámbito de los negocios con la empresa privada; surgen aquí algunos conceptos aplicables a los emprendimientos, en especial uno estudiado por el economista peruano Hernando De Soto en los años 80 y que tiene que ver con el desarrollo de un sector informal de la economía, caracterizado por el surgimoento todo tipo de emprendimientos sorteando las regulaciones impuestas por los Estados y por los patrones de un orden económico que parece no entender que hay espacios para iniciativas en las cuales puedan participar nuevos protagonistas.
Mario Vargas Llosa dice en el prólogo del libro El Otro Sendero de Hernando De Soto que "para redistribuir la riqueza primero hay que producirla", de allí la gran estafa de quienes pretenden ser eco de los emprendedores y microempresarios sin haber producido nada nunca.