Decía Ortega y Gasset que el hombre es el único ser capaz de construir su ambiente de vida, yo añadiría que es también el único capaz de destruirlo, porque siendo capaz de modificar el medio ambiente para satisfacer sus necesidades es también el mayor depredador. El hombre en su afán de bienestar paradójicamente ha dañado y destruido muchos de los recursos naturales y ha creado una serie de relaciones sociales injustas que han llevado a las guerras y a a las revueltas sociales en busca de una sociedad mejor.
Desde un punto de vista meramente biológico, el ser humano se ha apoyado en la teoría de la selección natural para justificar el hecho de que los más fuertes de la especie no sólo son los llamados a sobrevivir, sino también a dirigir los destinos de los más débiles, creando precisamente esas relaciones injustas que caracterizan a la sociedad. Pero en nuestro tiempo hablar de fortaleza no es hablar de las características físicas de los seres humanos, sino más bien de su capacidad de dominar a sus semejantes, de organizarlos en instituciones que pueda controlar, sean estas de carácter económico, religioso o político.
El poder de los hombres se basa en su astucia más que en las características físicas, de allí que termina no importando si se es o no saludable o fuerte, sino si se es rico o capaz de dominar a los demás a través de las distintas manifestaciones políticas que se dan en diversos niveles como el de los Estados, las iglesias, las empresas, las comunidades y las familias. La colectividad como tal tiene en si misma una fuerza latente, un potencial de poder que se manifiesta a través de los movimientos sociales, esta fuerza es capaz de producir cambios sociales sólo en la medida que pueda imponerse frente a los poderes constituidos.
El más grave problema que se ha encontrado la evolución de las sociedades es quizá la naturaleza egoísta de los hombres. Cristos y Quijotes no proliferan en las sociedades contemporáneas, la solidaridad social es un concepto que si bien se ha venido desarrollando desde los orígenes de la sociedad encuentra siempre obstáculos a la hora de encontrarse con los intereses particulares. El socialismo que parece ser la próxima etapa de la sociedad planetaria aún encuentra fuertes barreras para desarrollarse, el capitalismo no ha podido satisfacer las necesidades de la sociedad, pero se niega a morir, a si sea a costa de la vida del planeta mismo.
Dos procesos de evolución de la sociedad podrían darse en paralelo, uno sería la toma de conciencia de las instituciones del capitalismo buscando una especie de autorregulación basada en la solidaridad social y en la protección ambiental, la otra sería el empoderamiento de las bases de la sociedad de manera que se puedan alcanzar mayores niveles de justicia social dentro de un Estado consciente de las necesidad del colectivo y del ambiente. El problema básico es que la solidaridad parece ir en contra de la naturaleza misma del capitalismo y los procesos de cambio no parecen ser posibles dentro de un ambiente de paz social. Por otra parte los experimentos socialistas se han encontrado con el grave problema de la corrupción, que no es sino otra manifestación del egoísmo humano generado por la influencia de la cultura del capitalismo.