viernes, octubre 24, 2014

Atrapados sin salida

La actual realidad de Venezuela nos lleva a la triste conclusión de que somos un país dividido. Existen dos polos principales: los afectos al gobierno y los opositores. Ninguno de los dos grupos acepta al otro y quien se atreva a tener criterio propio a la hora de juzgar al otro reconociéndole algún mérito es considerado parte del grupo contrario aunque no lo sea. 

La situación planteada podría considerarse natural e incluso positiva en el sentido de que al estar definidas las posiciones se pueden establecer grupos de trabajo dirigidos hacia ciertos objetivos muy definidos; pero la confrontación entre los grupos cierra espacios a la critica objetiva de la realidad y quienes detentan el poder tienen en sus manos una serie de ventajas que pueden llevarles a fortalecer sus posiciones, sin que necesariamente sean las más positivas o las más apropiadas para hacer frente a las necesidades colectivas.

Al estudiarse la sicología de las masas se llega a la conclusión que estas son conducidas por un líder y que sus directivas son seguidas ciegamente por sus adeptos, llegando a extremos tales como los suicidios colectivos en las sectas religiosas como vimos en los sucesos de Guyana y en California el siglo pasado; obviamente hablamos de situaciones de fanatismo extremo, pero en otros niveles la influencia de los líderes llevan incluso a una especie de castración mental en la que las ideas propias no tienen cabida y son sustituidas por un pensamiento único.

Si verdaderamente queremos construir un país democrático debemos tomar en cuenta que silenciar las opiniones que pudiesen cuestionar  al grupo al que se pertenece, en el caso de Venezuela a la oposición o al gobierno, pudiese generar un efecto totalmente contrario al que se busca como colectivo, pues al cerrar las puertas a criterios diferentes al de la dirección del grupo se está asumiendo una actitud autoritaria y poco democrática. 

Venezuela hoy día sufre de un radicalismo extremo, alimentado por los dirigentes del gobierno en un extremo y en el otro, a pesar de la falta de un liderazgo claro alimentado por el mismo discurso oficial a la inversa, es decir alimentado por una especie de antigobiernismo que hace que sea el grupo oficial el que impone la agenda a la oposición. Así el dominio del gobierno sobre el pensamiento de sus seguidores y de sus opositores es total. El país necesita deslindarse de los radicalismos extremos y dar cabida a la libre discusión de las ideas para poder evolucionar hacia una mejor sociedad, de lo contrario el país se quedará atrapado en un punto crítico.    

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